La Civilización Egea (Creta y Micenas)

11.08.2011 14:08

Se denomina Civilización Egea al conjunto de pueblos que se desarrollaron en la región del Mar Egeo desde el segundo milenario antes de Cristo. Dos de los principales focos de civilización fueron la isla de Creta, al sur del Egeo, y Micenas, en el Peloponeso. Ambas civilizaciones precedieron a la griega, por lo que influyeron considerablemente en ella.

Creta

Es la más antigua de las civilizaciones del Mar Egeo, y se remonta a los últimos siglos del tercer milenario antes de Cristo, aunque logró su apogeo durante el segundo milenario.

No se supo nada de esta civilización hasta comienzos del siglo veinte, ya que la mayoría de los historiadores renunciaron a estudiarla por considerarla parte de la leyenda griega, aún cuando Homero daba cuenta de su existencia en sus dos grandes obras literarias: La Ilíada y La Odisea. De esta manera, Creta hubiera continuado siendo considerada tan solo una leyenda, si no hubiera sido por Evans, un arqueólogo inglés apasionado por la historia. Dicho arqueólogo fue el primero que se atrevió a creer en las narraciones de Homero, por lo que se fue a Creta, contrató una cuadrilla de excavadores y comenzaron a trabajar en el lugar que la leyenda le atribuía a Gnosos, la ciudad principal de Creta. Al poco tiempo, desde las entrañas de la tierra, asomaron no una, sino varias ciudades, minadas de vestigios arqueológicos que confirmaban las sospechas de Evans y los relatos de Homero. A partir de entonces, un aluvión de investigadores llegaron a la región del Mar Egeo, animados por los hallazgos de Evans, para continuar desenterrando vestigios de esa civilicación, que dejaba de ser una leyenda para convertirse en parte de la Historia.

Sin embargo, hasta ese momento, tal como nos cuenta Indro Montanelli (2005), la leyenda sostenía que:

“...la primera civilización griega había nacido, no en Micenas, o sea en el continente, sino en la Isla de Creta, y que había tenido la máxima floración en tiempos del rey Minos, doce o trece siglos antes de Jesucristo. Minos, contaban, había tenido varias mujeres que habían intentado en vano darle un heredero: de sus entrañas no nacían más que serpientes y alacranes. Tan sólo Pasifae, por fin, logró darle hijos normales, entre ellos Fedra y la rubia Ariadna. Desgraciadamente, Minos ofendió al dios Poseidón, quien se vengó haciendo que Pasifae se enamorase de un toro, pese a ser éste un animal sagrado. A satisfacer ésta su pasión la ayudó un  ingeniero llamado Dédalo, llegado a la isla procedente de Atenas, de donde tuvo que huir por haber matado por celos a un sobrino suyo. De aquel connubio nació el Minotauro, extraño animal, mitad hombre y mitad toro. Y a Minos le bastó con mirarle para comprender con quién le había engañado su mujer.

Ordenó entonces a Dédalo que construyese el Laberinto para alojar en él al monstruo, pero dentro dejó prisioneros también al constructor con su hijo Ícaro. No era posible encontrar el camino para salir de aquel intrincamiento de corredores y galerías. Pero Dédalo, hombre de infinitos recursos, construyó para sí y para su chico unas alas de cera, con las que amos huyeron elevándose en el cielo. Ebrio de vuelo, Ícaro olvidó la recomendación de su padre de no acercarse demasiado al sol: la cera se derritió, y él se precipitó al mar. No obstante su tremendo dolor, Dédalo aterrizó en Sicilia, donde llevó las primeras nociones de la técnica.

Mientras en el Laberinto seguía girando el Minotauro, exigiendo cada año siete muchachas y siete jóvenes para comérselos. Minos se los hacía entregar por los pueblos vencidos en las guerras. Se los reclamó también a Egeo, rey de Atenas. El hijo de éste, Teseo, por bien que príncipe heredero, pidió formar parte de aquellos hombres, con el propósito de matar al monstruo, desembarcó en Creta, con las demás víctimas y, antes de internarse en el laberinto, sobornó a Ariadna, la cual le entregó un ovillo de hilo para que, desenrollándolo, le permitiera volver a encontrar el camino de salida. El valeroso joven logró su intento, salió afuera y, fiel a la promesa que le había hecho, se casó con ella y se la llevó. Pero en Naso la abandonó dormida en la playa y prosiguió el viaje sólo con sus compañeros”.

Indro Montanelli, Historia de los Griegos. Ediciones Debolsillo, Barcelona, 2005.

 

Creta alcanzó a dominar buena parte de las islas del Mar Egeo durante el segundo milenario antes de Cristo, situación que se extendió hasta que Micenas, en el continente, ocupó su lugar. La isla era gobernada por un rey, al que, según algunos investigadores, le denominaban Minos, de la misma manera que los egipcios le llamaban Faraón a su rey. Sin embargo, para otros, Minos simplemente es el nombre de un gran rey, que gobernó Creta en su etapa temprana.

Independientemente de las discusiones historiográficas, Creta fue una talasocracia, es decir, una civilización cuyos recursos eran extraídos básicamente del mar, lo que se comprende si observamos la ubicación de la isla en el mapa, pues se encuentra justo en medio del Mediterráneo, muy próxima a Egipto, a Grecia, a las ciudades Fenicias, e incluso relativamente cerca de Mesopotamia. De esta manera, Creta se convirtió en un centro comercial por excelencia, desde donde se vendían y se compraban productos de las regiones circundantes. A diferencia de Egipto, no se destacó por la agricultura, ya que su territorio era bastante escarpado y las tierras poco fértiles, aunque crecían muy bien la vid y el olivo, por lo que el vino y el aceite eran dos de sus productos más importantes.

Ese dinamismo propio de un pueblo de comerciantes repercutió en la cultura cretense, la que se caracterizaba por su alegría, su colorido, la apertura a otras cultura, etc., todo lo cual se evidenciaba en el arte, como por ejemplo en los frescos de los palacios, que eran las construcciones más importantes, y en la decoración de su cerámica.

La religión en Creta no tuvo la trascendencia de otras civilizaciones, por lo que sus cultos eran relativamente sencillos y carecían de grandes construcciones o monumentos. La diosa principal era la Gran Madre, deidad femenina que ejercía su influencia sobre la tierra, las plantas y los animales. También rendían culto a sus muertos.

 

Micenas

Durante la segunda mitad del segundo milenario antes de Cristo la región del Mar Egeo fue testigo de numerosas invasiones de pueblos indoeuropeos, tales como los aqueos, los eolios, los dorios y los jonios. La llegada de estos pueblos modificará las relaciones de poder en la región, el cual se desplaza desde Creta hacia Micenas, en el continente, en la zona del Peloponeso, justo a la salida del Istmo de Corinto.

Micenas había sido habitada por los aqueos, y la gobernaba un rey al igual que en la mayoría de las ciudades de la Hélade (nombre con el cual se designaba a Grecia en esa época). Durante el reinado de Agamenón la ciudad alcanzó su máximo esplendor, logrando conquistar incluso a la ciudad de Troya, a la cual la leyenda atribuía el carácter de invencible por la fortaleza de sus murallas.

Sin embargo, a pesar del dominio político y militar que ejerció Micenas, ésta recibió la influencia de Creta en el plano cultural, pues ésta última llevaba ya varios siglos de desarrollo cuando los aqueos eran apenas un pueblo de pastores y agricultores muy rudimentarios.

Fue así, bajo la influencia de Creta, que Micenas se convirtió en una ciudad muy próspera, cuya riqueza se basaba en el comercio marítimo, la industria (especialmente la metalúrgica), la agricultura y la ganadería.

Dentro de los aportes más importantes  de Micenas, se encuentra el megarón, una sala grande con fogón y una abertura en el techo para que saliera el humo. Los techos a dos aguas son otro aporte de Micenas, los cuales caracterizaban a sus construcciones al igual que las formidables murallas de la cuidad, las cuales medían hasta doce metros de ancho, y cuya construcción se atribuía a los cíclopes, gigantes mitológicos con un solo ojo, que por su tamaño eran capaces de levantar los pesados bloques de piedra.

A diferencia de los cretenses, en Micenas construyeron tumbas monumentales con techos en falsa cúpula, la cual se lograba colocando hileras concéntricas de piedra, una encima de la otra, y cada una más estrecha que la anterior.

A finales del segundo milenario, con la llegada de uno de los últimos pueblos indoeuropeos, los dorios, Micenas comenzó a perder el liderazgo, y junto a ella también sucumbió toda la Civilización Egea, la cual entraría en una época oscura, aproximadamente entre los siglos XI y VIII antes de Cristo.